Además provienen de familias donde no hay comunicación entre sus miembros, otros, de donde la vida familiar es muy conflictiva; lo que los obliga a buscar afecto, compañía, quién los escuche, con quién conversar fuera del hogar.
Los jóvenes que integran las pandillas juveniles son producto de una sociedad que disfruta consumiendo violencia. Reímos a carcajadas, por ejemplo: cuando alguien se tropieza y cae al piso, o cuando doña Florinda le pega a don Ramón, o cuando representan en un sketch a un gay, un down, o una persona del ande. Situaciones y escenas aparentemente pacíficas pero que inconscientemente traen consigo violencia.
Agreguemos además, que la televisión nos proporciona programas que denigran al ser humano, como los tal show; dibujos animados que envenenan la mente de nuestros niños como Dragon Boll Z, Pokémon, etc. y sin mencionar las películas y series donde su principal atractivo son las escenas violentas que tienen gran aceptación en el público..
Es así, que los niños y niñas se hacen hombres y mujeres en un medio de violencia cotidiana, corrupción en casi todos los niveles, falta de valores y un sistema económico paupérrimo que nos hace mirar al mundo moderno mostrándonos cosas que son difícil de adquirir, y que los jóvenes organizados en pandillas buscan maneras ilegales de obtener.
Dentro de esta coyuntura: donde el sistema económico es agobiante, hay conflictos familiares, la televisión nos proporciona programas que nos convierten en consumidores de violencia, la agresividad de la vida cotidiana; alimentadas además, por la necesidad de un espacio para el protagonismo y reconocimiento social; sirven como basa para que los jóvenes se organicen informalmente en las llamadas “pandillas juveniles “.
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